Había apilado encima de la cama todas las cosas que pensaba que merecería la pena llevarme. Un par de túnicas de diferentes tonos violáceos, la capa de piel negra, otro par de botas. También algunos libros de conjuros que, a pesar de pertenecer a la biblioteca de la Escuela de Jade, estaba segura que nadie me reclamaría, así como una pequeña mochila de cuero donde recoger mis pertenencias. En realidad, podría decirse que todas aquellas cosas eran mis riquezas. Yo no tenía joyas u objetos de mi infancia que considerar realmente míos. Cada cosa que siempre había necesitado me había sido proporcionada a través de Merkhaede, puesto que la relación con mi familia era prácticamente nula.
Viendo todos mis objetos recogidos, supe que tenía que poner punto y final a aquel extraño capítulo, a todo lo que había sido mi existencia hasta el momento. Quizás yo también había notado cómo todo lo que era, cómo todo lo que había sido, se estaba desvaneciendo en una bruma difusa. Y si Merkhaede tenía razón, acabaría ahorcada como si de un perro que se hubiera vuelto contra la mano del amo se tratase.
Pero también tenía la posibilidad de cambiar el bando, adaptarme y sobrevivir. Mis ansias de vivir, aunque fuera arrastrada, aunque fuera convertida en la miseria misma del mundo, me sobrepasaban. Y qué demonios, el borrar la línea de la corrección me hacía sentir tan… tan en paz….
Me senté ante el escritorio de caoba oscura, notando como por mi cuerpo se extendía un escalofrío electrizante, lleno de impaciencia. Busqué en el escote de mi túnica hasta dar con una pequeña llave de plata, que inserté mecánicamente en una cerradura situada en la parte frontal del mueble. Con un suave crujido, la superficie del escritorio se levantó. Inspiré fuertemente antes de enderezarla, mostrando un espejo sencillo, sin adornos, escondido en el fondo de la mesa.
Contenía el aliento mientras contemplaba mi reflejo. La piel pálida parecía temblar estremecida por las últimas luces de la tarde, que se reflejaban en mis ojos color avellana, llenos por un instante de un brillo dorado que se borró al parpadear. El cabello, negro y crespo, me caía sobre la cara desordenadamente, y lo estiré suavemente hacia atrás. Ahora estábamos ambas allí: yo y mi Anticonciencia, a solas.
- Me has echado de menos.- sonrió mi reflejo con suficiencia. Su voz resonó metálicamente en el dormitorio.
- Supongo que ya sabes que acabas de condenarnos a ambas…-suspiré, mientras mis dedos tamborileaban sobre la superficie de madera.
- Oh, sí, querida, me parece tremendamente injusto… Y sólo por continuar con nuestra investigación, la cual llevábamos a cabo por mera curiosidad… son tan desaprensivos…- mi Anticonciencia hablaba irónicamente. Siempre, desde que había tenido razón, ella me había asustado… su cruel sonrisa, no podía evitar pensar, sería la mía en algún momento.
- No generalices. Yo no tenía el más mínimo interés en esos… esas criaturas.
- No puedes pretender, pequeña fémina infame, que no prepare mi llegada con el mayor miramiento posible. ¿O piensas que me sirve de algo tu estúpida especialización en mentalismo? Dioses, hay miles de cosas más útiles que eso…
- ¿Demonios?- respondí malhumorada.- ¿Bestias? ¿Espíritus? No gracias. Las artes oscuras no me interesan.
- Oh, pero a mí sí.
- De todas formas, ya da igual. Sabes que hasta que llegue el momento…-tragué saliva ante la perspectiva inminente.-… No voy a volver a darte libertad. Evitaré todos los espejos del mundo si hace falta; los romperé uno a uno. Pero ahí te vas a pudrir, porque en lo que me queda a mí de cordura, no pienso dejarte salir una maldita vez más.
- Te portas de una forma tan estúpida… dejándote arrastrar como un cordero por todas esas personas que te odian, que desearían enviarte a patadas al infierno. Sabes que no puedes cumplir esa amenaza. ¿Quién te ama más que yo, Lilith? ¿Quién te conoce mejor que yo? Me necesitas, tanto como yo a ti.
- Déjame en paz.- aparté el rostro para no seguir mirándola.- Sólo deseas de mí aquello que te pertenecerá en un futuro.
- ¿Tan deplorable ves que cuide de ti por ese motivo, niña inepta? Es más de lo que cualquier otra criatura, viva o muerta, te dará jamás. Y lo sabes…- Mi reflejo había adoptado una mueca que intentaba imitar solemnidad.- Acércate.
Pegué mi frente al espejo sin darme cuenta que las lágrimas resbalaban por mis ojos. De nuevo había conseguido dominarme.
- Déjame que cuide de ti.- prosiguió.- Déjame que nos vengue a las dos. Crece, Lilith. Haz lo que te digo esta noche.
Yo asentí en silencio. Sabía lo que tenía que hacer. Llena de rabia, pero sobre todo de miedo hacia mi Anticonciencia, golpeé el espejo con el puño. Éste se rompió en mil fragmentos que se esparcieron por el escritorio. Mi mano sangraba cuando tomé el más grande de ellos y lo guardé en una bolsita de cuero que llevaba prendida al cinturón. Después, lentamente, me agaché bajo la cama y saqué un pesado volumen cuya portada de piel negra estaba adornada con serpientes de plata conformando un hexagrama. Ella tenía razón. La necesitaba… era lo poco que tenía de orgullo.
Cuando aquella noche, bajo la luz de la luna llena, abandoné la Escuela de Jade bajo mi capucha negra, el fuego devoraba aquél lugar que un día fue mi hogar, o lo más parecido a uno que tuve, mientras una sonrisa de satisfacción surcaba mi rostro salpicado de hollín. Era sobrecogedor sentirse tan bien.
0 responses to "Capítulo 5"
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Publicar un comentario