El Cerdo Volador se encontraba en una de sus horas bajas del día. Se trataba de una pequeña taberna situada a las afueras de Aicrum, cuya clientela más habitual eran forajidos, ladrones y otros perros del desierto, pues la ciudad portuaria se encontraba a las puertas del gran desierto rojo. Apenas habían pasado un par de horas tras la comida, y el ambiente era tan seco el aire parecía quemar los pulmones. Yo me encontraba en una de las mesas más alejadas de la puerta, disfrutando de un buen trago de mi bebida, cuando Lucy, la camarera, se acercó hasta mí con cara de pocos amigos, dirigiendo su mano hacia mi rostro, por lo que tuve que sujetarle el brazo.
-Te advertí que la próxima vez que lo hicieras, terminarías con un lado de la cara ligeramente más rojo que el otro –dijo indignada, liberando su brazo de mi mano.
-Eh, yo no tengo la culpa –repliqué, mostrándome molesto, aunque una pequeña sonrisilla se dibujó en mi rostro – Es totalmente normal que el contenido de una jarra salga sola de ella y se lance contra tu pecho, el cual, por cierto, se ve mucho mejor ahora. La ropa mojada es más transparente, ¿lo sabías? –añadí con sorna, dirigiendo la mirada descaradamente hacia el busto de Lucy.
-Eres un…-comenzó a contestar la camarera, aunque se detuvo a mitad y respiró hondo para serenarse- ¿Has pensado alguna vez en ser el nuevo icono de nuestra taberna? Creo que serías la imagen perfecta.
-Nunca se me ha dado bien volar, lo siento. Además, tengo demasiada categoría. Tendrás que buscarte a otro para que preste su rostro a este tugurio, lo cual no te resultará muy complicado -le dije en voz baja- Allí tienes a varios -comenté mientras señalaba con la cabeza un grupo de cuatro tipos. Todos vestidos con camisetas cortas rasgadas y pantalones de mismas características. Todos de cuerpo robusto y fuerte. Y, especialmente, todos dirigiendo sus miradas asesinas hacia mí.
-Por favor, otra vez no -me ordenó Lucy en voz baja. Aunque, más que una orden, parecía una súplica.- ¿Ya no recuerdas lo que pasó la última vez que tuviste una pelea aquí?
-Pasó que deleité a todos los presentes con una exhibición de hechizos de fuego. Pudieron ver como un poderoso mago se libraba de unos toscos rufianes –contesté llevando la jarra hacia mi boca, vaciando su contenido en mi garganta y depositándola de nuevo sobre la mesa.
-Quemaste toda la posada -aclaró la camarera.
-Eran muy grandes. Necesitaba mucho fuego -repliqué con aplastante lógica. La pobre Lucy suspiró, rindiéndose frente a mis argumentos.- No quiero ofenderte, pero ya imaginarás que no he venido solo para disfrutar de tu compañía. Necesito cierta…información –como era bien sabido, la taberna del Cerdo Volador era el lugar ideal si uno quería conocer cualquier detalle de lo que pasaba en el mundo. Cualquier detalle extraño o sucio, por supuesto. Aquí se reunía la escoria de todo el mundo para intercambiar rumores, además de puñaladas, y Lucy tenía unas orejas muy trabajadoras.
-Kártica, ¿no es así? –inquirió la muchacha. Kártica era el reino más occidental del mundo, caracterizado por sus magos y eruditos, expertos en lo arcano. Al contrario que Aicrum, situada al este y dominada por brutos sin inteligencia.- Todo lo que sé es que hace tres semanas unos extraños seres comenzaron a aparecer al norte del reino y atacaron sin control. Algunos que les han visto aseguraban que actuaban de una forma totalmente irracional, como si solo ansiasen causar caos y destrucción, sin importarles siquiera su propia integridad. Pero eso no es todo –añadió antes de una dramática pausa, acercándose más a mí y bajando su tono de voz- Sean lo que sean, una cosa está clara. No son humanos.
Tenía que admitirlo: la información de Lucy me había dejado algo traspuesto. Unos seres habían comenzado a arrasar Kártica. Seres completamente locos y, lo que resultaba más impactante, no humanos. En ese momento me levanté de la mesa, decidiendo ya mi siguiente paso. Avancé hasta la puerta de la taberna, dispuesto a irme, aunque antes de ello me giré para mirar a la camarera.
-Oh, y apúntame la bebida en mi cuenta. Justo al lado de donde tienes apuntado que te debo aún lo que te costó la reparación de la taberna tras mi última visita.
La luz del sol me cegó durante unos instantes nada más salir del local. En esa maldita ciudad siempre hacía un calor asfixiante y, desde luego, aquel día no era una excepción. La mayoría de sus calles estaban hechas de arena, tan solo la principal tenía losas sobre las que poder caminar cómodamente, sin sentir como tu pie se hunde en ese fuego arenoso. Con la información que me había proporcionado Lucy, ya tenía claro que debía volver a Kártica lo antes posible. Esto es, tomando un barco en los muelles de Aicrum, que me llevara hasta Moldiu, principal ciudad costera de mi destino. Mientras me dirigía hacia el puerto, pude fijarme una vez más en los edificios de mi alrededor. La mayoría presentaba como color de fachada un amarillo muy parecido al del paisaje que me rodeaba, aunque algunas tenían detalles blancos o cobrizos. Nunca olvidaré la primera vez que pisé Aicrum, hacía entonces un par de años. Era un lugar totalmente distinto a mi ciudad natal, Khaedara, capital del reino mago de Kártica. Un simple vistazo a la tosquedad de las construcciones daba a entender que en el desierto, importaba más un buen puño que una buena cabeza.
Finalmente, llegué al puerto. Apenas había un par de barcos encallados, tranquilos debido al poco viento. Antes de buscar a alguno de los capitanes de dichas embarcaciones, me acerqué lo más que pude al agua, hasta verme reflejado en ella. Mis ojos, de color marrón oscuro, recorrieron mi imagen. Para el corto paseo que había dado y para el aire que corría, mi pelo moreno estaba lleno de arena, por lo que pasé mi mano por sus cortos cabellos para sacudírmela. Mi túnica de estudiante para hechicero –ya que, ciertamente, nunca llegué a graduarme en la academia de Khaedara, siempre terminaba prendiendo algo que no debía o suspendiendo la magia teórica- había adquirido un tono amarillento, lejano a su color marrón habitual, aunque la arena se hacía más notable en mi capucha y capa del mismo color. Siempre decían que aparentaba ser poco más que un adolescente y mi estatura, poco más de metro setenta, mi barba afeitada y mi complexión media no hacían mucho para mejorar mi imagen juvenil.
Dejando a un lado mi vena “narcisista”, me alejé del agua y eché otro rápido vistazo a los barcos, decidiendo visitar el más cercano. Su pequeño tamaño y sus pocas armas me hacían pensar que se trataba de una embarcación rápida, justamente lo que estaba buscando. Lo rodeé hasta encontrarme con un hombre de mediana edad que, al sentir mi presencia, se giró hacia mí.
-¿Puedo ayudarle en algo, amigo? –a pesar de su tono de voz rudo, no parecía muy amenazador. Algo extraño en un lugar como aquel. Decidí avanzar un par de pasos hacia él.
-Busco un barco que me lleve hasta Moldiu. Rápido, si es posible –respondí mientras lo analizaba. Sus brazos eran fuertes y grandes, cada uno como mis dos. Su rostro era duro y tenía un temple aterrador debido a la gran cicatriz que lo cruzaba verticalmente, rozando su ojo izquierdo- ¿Eres tú el capitán de este barco?
-Mary Lou es mi pequeña hija, por decirlo de alguna forma –dijo como respuesta a mi pregunta, dirigiendo durante algunos segundos su mirada hacia el navío- Tienes suerte, chaval. Me dirijo al reino de los lumbreras para recoger ciertas mercancías y podría llevarte. Por un precio, claro está –tras ver mi cara interrogante, prosiguió- 20 monedas, todo incluido.
-Podría ir en un barco mucho más grande por tan solo 16 ó 17 monedas. Y seguro que iría mucho más cómodo que en este cacharro –alegué, intentando regatear el precio, ya que no me quedaban mucho más de 20 monedas y no parecía que iba a tener ingresos pronto.
-Pero tardarías el doble de tiempo, muchacho
Aunque me costaba admitirlo, el lobo de mar tenía razón. Los barcos grandes eran también muy lentos, y yo tenía prisa por investigar los rumores que me había contado mi preciada camarera.
-Está bien, viejo. Tu ganas –dije mientras suspiraba, dándome por vencido. Desde luego, no iba a poder regatear con él.
-Buena decisión muchacho. Ahora sube, que nos vamos. Mi nombre es Darius –añadió mientras alargaba su mano derecha, la cual apreté para cerrar el trato.
-Mi nombre es Caleb. Caleb Firwall.
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