-Ugh...-fue lo primero que pude decir. La cabeza me dolía horrores, y mis ropas estaban húmedas por la hierba en la que estaba acostado. Y, por si fuera poco, tenía un feo corte en el cuello, aunque era de apenas unos milímetros. Aunque, lo que más preocupaba, era el hecho de estar vivo. Es decir, lo último que recordaba era un lagarto gigante que intentaba cortarme el cuello. Y estaba en una muralla. Donde no hay hierba. El lugar donde me encontraba ahora era bastante diferente: parecía encontrarme al linde de un bosque. Aunque, si algo me turbó realmente, fue el ver algunos pequeños soles en el cielo.
-Juraría que siempre había uno. Y era más grande –dije en voz baja, mientras me ponía en pie. A pesar de llevar siempre algunos bártulos y cosas en mis bolsillos, pude notar que uno pesaba más de lo que solía hacerlo. Genial, esto comenzaba a parecer una mala broma. Metí la mano para ver de qué se trataba la carga extra, sacando un pequeño colgante, donde estaba encajado un granate, en el que habían dibujado una runa. Desde luego, algo no encajaba. Algo, por no decir todo.
De pronto, un movimiento entre los arbustos del bosque cercano me alertó. Giré la cabeza para ver de qué se trataba, guardando el colgante en mi bolsillo de nuevo, preparando mi magia, por si llegaba el caso. De la espesura surgió una cabeza de pequeño tamaño, presumiblemente la de un niño. Unos días atrás, habría bajado la guardia, pero con el día que llevaba...
Al lado de esa cabeza, salió otra, muy parecida, mirándome ambas. Me dí cuenta de que su piel era dorada y reluciente, como si fuese oro. Y sus ojos tenían un color parecido. ¿Eran humanos? Ya me esperaba cualquier cosa. Me acerqué un poco hacia ellos.
-Me llamo Caleb. ¿Quiénes sois, chicos?
Ambos chicos se miraron, e intercambiaron unas palabras en un idioma que no entendí, para salir corriendo. No entendí muy bien por qué, yo salí detrás de ellos. Tal vez porque así podría encontrar a alguien que me explicase que demonios ocurría. Recorrí el bosque, repleto de árboles que no había visto nunca, tan altos que parecían llegar hasta el cielo, aunque poco tiempo tenía para maravillarme, ya que los niños corrían muy deprisa y tenía que procurar no perderles entre la maleza. Conforme corría, me iba sintiendo cada vez más y más cansado, sin entender la razón. Como mago que era, no es que tuviera una resistencia muy alta, pero aquello era demasiado. Las piernas me comenzaban a flaquear y los niños estaban cada vez más lejos. Finalmente, me fallaron y comencé a caer al suelo, entendiendo por fin lo que me pasaba.
-Mi...er....-fue lo único que llegué a decir antes de caer al suelo.
Cuando desperté, tenía las manos atadas a la espalda y estaba flotando en el interior de una burbuja. Esto de caer y despertarme en lugares extraños y desconocidos empezaba a ser una costumbre bastante molesta. Pude ver como los niños ahora caminaban cerca de una mujer algo más mayor que ellos, pero aún así no debía de superar el metro y medio. Tenía el pelo largo y de color negro, así como la piel y los ojos del mismo dorado que los chicos. Por su mirada, se podría decir que se trataba de una adulta, en contra de lo que indicaba su menuda estatura.
-¿Quién eres? ¿Por qué me has hecho esto? –pregunté confuso. No veía que razones podría tener para atarme las manos y encerrarme en esa burbuja mágica. La mujer me siguió mirando. Parecía no entender lo que le decía, porque su alzaba una de sus cejas. Me habló ella entonces a mí, en un tono suave, casi melódico, obteniendo la misma respuesta: una ceja alzada y una cara que mostraba que no entendía ni una palabra de lo que me decía. Al ver que la comunicación era imposible, reaccioné de la forma más lógica posible. Me incorporé como pude y comencé a cargar contra la pared de la burbuja, intentando romperla. Al verme, la mujer alzó una de sus manos, acercándola a mi “cárcel”, la cual comenzó a moverse muy rápido de un lado a otro, haciéndome botar dentro de ella. Con todo, de mis bolsillos se cayeron algunos objetos, entre ellos el colgante con el granate incrustado. Pude ver un brillo en los ojos de la muchacha al verlo, quién se acercó más a mi, metiendo ambas manos dentro de la burbuja, sin romperla, coger el colgante y ponérmelo alrededor del cuello sin que yo pusiera ninguna resistencia, ya que, entre el mareo y la curiosidad, poca batalla iba a presentar.
-¿Me entiendes ahora, humano?
-S...si –respondí algo estupefacto. Al parecer, el colgante era una especie de traductor. Supuse que en ambos sentidos, ya que ella parecía haberme entendido.
-¿Qué hacías en nuestras tierras? ¿Venías a profanar su belleza?
-¿Vuestras tierras? Cuando me desperté estaba al otro lado del bosque, donde vi a estos niños –les señalé- Y luego.....fuiste tú la que me lanzó aquel hechizo de sueño, ¿verdad?
–inquirí.
-No, fueron los niños. Yo tan solo te recogí para que no murieses ahí. Ahora dime, ¿Cómo puede un humano no entender siquiera la lengua común? ¿Y que dialecto hablabas? –conforme me interrogaba, seguíamos andando. Bueno, yo flotando.
-¿La lengua común? ¿Qué es eso? –pregunté, cada vez más anonadado por la conversación que manteníamos.
-La lengua de todos los habitantes de Enardellion –respondió- ¿De donde vienes tú, que no la conoces?
-Esa es una buena pregunta –contesté, reflexionando un poco, mirando hacia el cielo- De un lugar donde solo hay un sol. Y es más grande que cualquiera de esos. Ahora dime, ¿quién eres tú?
-Soy una Abhm-Doreine, buscamos la belleza y la valoramos por encima de todo. La conservamos, al contrario que los de tu raza, que no hacéis más que destruirla allá por donde vais.
-Nunca había oído hablar de ellos... -susurré- ... ¿donde demonios estoy? –me pregunté, mientras seguía flotando en la burbuja de la mujer. A lo lejos, se divisaba una ciudad. Aunque, para pertenecer a una raza admiradora de la belleza, ya desde esa distancia se veía que la ciudad estaba en bastante mal estado. Algo comenzaba a darme mala espina. Y no solo era lo extraño de la situación, si no más bien el presentimiento de que iba a ir a peor.
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